El ser humano está hecho para convivir con otros. Todos deseamos la compañía, la convivencia.
Pero quizás la convivencia sea el problema más común de la mayor parte de la gente.
Y entre estos problemas parece que la convivencia de la pareja sea la más problemática.
Es muy grato y consolador ver parejas que año tras año disfrutan de una plena, amorosa, comprensiva y tierna unión.
Una amable y fluida convivencia requiere que la personalidad de cada uno sea normal y equilibradamente madura.
Esto significa:
Que ambos respeten el derecho que cada persona tiene de ser uno mismo, sin obligarse a cambiar sus gustos o ideas ni manipularse en nada,
que amarse no es poseerse,
que cada uno mantenga su personalidad propia,
que cada uno renuncie a sus caprichos en bien de la unión y para complacer a su pareja,
que distingan lo que son rasgos propios de su personalidad de lo que son rarezas, manías y caprichos disfrazados,
que dialoguen con diálogo comprensivo, sin cerrazón de mente ni terquedad ciega,
que se amen no sólo por lo que son sino por lo que pueden llegar a ser,
que se digan con confianza aquellas cosas con que su relación puede mejorar, sin necesidad de imponer un modo determinado de conducta,
que ante gustos o caprichos de uno de los dos, el otro esté dispuesto a ceder espontáneamente sin dramatismos, comedias o la factura o el pagaré consiguiente,
Que respete cada uno la intimidad del otro, reconociendo el derecho que cada uno tiene de mantener una parcela privada y exclusivamente suya, sin que nadie la profane ni siguiera bajo el pretexto de que entre nosotros no debe haber nada secreto,
que no se echen nunca en cara los sacrificios que el uno haya hecho por el otro,
que cada uno esté pendiente más que qué puedo hacer por mi pareja que qué puedo recibir,
que el compromiso por el que formaron su relación no les obliga a renunciar a ninguno de sus derechos individuales ni cederlos al otro,
que cada uno puede seguir teniendo sus propios gustos y preferencias,
que cada uno tiene derecho a tener sus propias amistades,
que mantengan una espontánea y natural delicadeza en su trato mutuo y que la confianza no se confunda con la vulgaridad y grosería,
que las pequeñas cosas a veces son importantes y deben poner atención en ellas. Pero sepan perdonárselas en caso de transgresión por parte de cualquiera de los dos,
que recuerden siempre que a pesar de su relación cada uno sigue siendo él mismo y que están unidos no porque sean indispensables el uno para el otro sino porque con su relación se están ayudando a crecer como personas, se están enriqueciendo mutuamente psíquicamente y pueden hacerse cada día más felices.
El ser humano se enriquece en la convivencia.
Si esta convivencia se tiene por un compromiso moral de vivir en pareja, conlleva mayores riesgos de conflicto. Pero también mayores posibilidades de ayudarse a realizarse humanamente y ser más felices.
Todo lo bueno tiene sus riesgos. Pero también sus recompensas.
La vida de pareja también.
Darío Lostado
(La Alegría De Ser Tú Mismo)
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